martes, 21 de octubre de 2008
SÓLO CUANDO NACE EL POEMA (Arteria del martirio)
Transito a diario
bajo la vulva resentida
de aquel puente
llamado soledad.
Dormito todas las noches
ceñido al recuerdo embriagado,
tras los beodos barrotes
de ávidas botellas de cristal.
En la penumbra,
la tierra del olvido encaramase
por suntuosos billetes manchados en sangre,
mientras fumo las colillas
de dioses bastardos
y escupo el vómito
sobre cruces forjadas
por lágrimas de metal.
En ocasiones ella, me tiende sus manos,
pero muchas más veces
pienso en librarla
de las garras de la ira,
ya que el excremento a la deriva del alma
es mio y de nadie más.
Y muerdo con rabia tempestuosa
hasta los nudillos,
la mugre suscrita a las uñas
de la sucia inseguridad.
Entonces lubrico un poema
con la sangre
de la arteria del martirio,
y lo arrojo al mar.
Tras él,
la oquedad presuntuosa de los rostros
que observan en la superficie
de aquel otro puente solemne
llamado sociedad.
Arde el televisor,
como también arde la mujer indigente
en el cajero automático.
Y la puta familia,
que requiere indemnización
por daños y prejuicios
tras años de abandono y desidia.
Por eso y por mucho más,
reviento el cráneo de ratas postradas en carrozas
con disfraces farsantes,
en este el carnaval denominado humanidad.
Por eso y por mucho más
imprimo mis sesos
en la pared del papel
y hayo la paz.
Sólo cuando nace el poema...
bajo la vulva resentida
de aquel puente
llamado soledad.
Dormito todas las noches
ceñido al recuerdo embriagado,
tras los beodos barrotes
de ávidas botellas de cristal.
En la penumbra,
la tierra del olvido encaramase
por suntuosos billetes manchados en sangre,
mientras fumo las colillas
de dioses bastardos
y escupo el vómito
sobre cruces forjadas
por lágrimas de metal.
En ocasiones ella, me tiende sus manos,
pero muchas más veces
pienso en librarla
de las garras de la ira,
ya que el excremento a la deriva del alma
es mio y de nadie más.
Y muerdo con rabia tempestuosa
hasta los nudillos,
la mugre suscrita a las uñas
de la sucia inseguridad.
Entonces lubrico un poema
con la sangre
de la arteria del martirio,
y lo arrojo al mar.
Tras él,
la oquedad presuntuosa de los rostros
que observan en la superficie
de aquel otro puente solemne
llamado sociedad.
Arde el televisor,
como también arde la mujer indigente
en el cajero automático.
Y la puta familia,
que requiere indemnización
por daños y prejuicios
tras años de abandono y desidia.
Por eso y por mucho más,
reviento el cráneo de ratas postradas en carrozas
con disfraces farsantes,
en este el carnaval denominado humanidad.
Por eso y por mucho más
imprimo mis sesos
en la pared del papel
y hayo la paz.
Sólo cuando nace el poema...
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