Tú, gravilla que muerdes
los biombos encefálicos de la acequia,
turba tras el hercio en la humedad del serrín;
ante una nueva vocal extraída, en sogas de plasma,
caes del ojo deslizándote por la túnica
del óxido.
Tu flujo sobre espuelas de balcones retraídos
que penetran en la altura, lentitud del polvo en la brisa,
como el cemento en la inacción horizontal de bocas
que no articulan si quiera oquedades.
Mi piel, bajo el fuego de Normandía, se pudre al desnudo.
A través del coño,
cuando el ladrido inútil da paso a la condena,
huelo el orbe coagulándose en el cristal,
el rastro de tormentas en el fango,
huelo a baile de muñecas devastadas
por la ingravidez del pájaro que anida en los bronquios;
hurgo entre migas de acero.
¿Poseo los hilos de mis calambres?
¿Es la fiebre del horizonte lo que tanto pesa,
la que comprime la luxación de los estigmas?
Soy linfa que ahonda en la costra,
árbol a ras del pensamiento
bajo el esmalte de dos úvulas
que le roban los sinónimos a la luz.
En el cielo hay una argolla que funde su flema
contra el hambre del bidón bajo los puentes.
Asciendo contra todo pronóstico
desde el útero de la bilis.
Oigo el silbido que mana
del babel consumado, del temblor en la úlcera;
soy escroto que subvenciona
la humedad de la yedra.
Bebo la sed de las nubes.
Me paraliza el vértigo…
1 comentario:
Bebamos el rancio alcohol del recuerdo y olvidemos que la carne es un sucedaneo del excremento que cae del cielo. Undamos el falo hasta el último centimetro en el coño de la prostituta materia.Un abrazo hermano
Publicar un comentario