
Por entre las encinas abruptas del esófago.
En medio del llanto hecho mucosa impenetrable,
se despoja un valium
de sus harapos plastificados.
Transparencia voluptuosa.
Bóveda que lo inutiliza.
Y fecunda el letargo,
mientras se prostituye receptivo
en la peana a medio ilustrar
que se auto cincela las mejillas,
en los establos de las entrañas.
Ya no se puede ni dormir,
en este mundo de locos…
La úlcera como bola de papel.
El encierro de la vergüenza a través del arrebujo.
Contorsión en actitud fetal
tras la libido irónica
que escarba entre el líquido amniótico de la metáfora
para saciar su sed.
Donde yacen sin síntomas de laxitud
los colmillos de la desesperación,
hendidos en las fibras del cáñamo
junto al énfasis ensamblado del poeta.
La visión estresada de los cuerpos,
las fatuas sonrisas.
El campo de tiro que se autolesiona
mientras encañona al veinte triple de la retina.
Se incrusta el desprecio en los émbolos radiactivos,
vierten cubos de nitrato
en la punta de la nariz que así mismo rifa sombras,
sobre el hocico asesino de la estirpe.
Acido sulfúrico de la especie humana.
Las palabras juegan al poker
en los socavones envueltos de caries, bajo las muelas.
Alegoría seductora
que se masturba sobre ese viejo tapiz sin hueso,
anclado entre paladares de terciopelo a la umbría del farol.
El verbo se desentiende del pretérito,
en la taza del wáter de los recuerdos…
Albedrío del tabaco.
Compraventa de un liguero de ceniza
en el night club de un cenicero.
Las encías sangran de dolor.
Los raíles trafican con la trayectoria
de una locomotora que transporta el suicidio del verso,
en los vagones epilépticos de la existencia.
Gárgaras suplican misericordia,
hierven tras las mentiras inoxidables del puchero,
donde fornica la pus de la gola,
con la ignominia espatarrada del insulto.
No será por el calor epidérmico
que desprende la vereda
a ras de la frigidez descoyuntada de las vías.
Allí donde una máquina de tatuar, tatúa cicatrices,
e inmortaliza coartadas en la dermis de las piedras.
Donde despedidas metálicas se hacen latentes
en el interior de la jeringa,
tras inocular la coalición de llantos de vapor,
en las nalgas violadas del firmamento.
Y se desploma el crepúsculo por la soga de la noche,
al comprobar que hoy, no ha salido el sol.
Que no ha hurgado con sus rayos
en las axilas de mis ventanas,
mientras me pregunto…
¿De donde coño ha salido este poema?