
Una botella de vino
exigua de ideas.
El final vence al principio.
Tal como lo hace la vida…
La broza
se inyecta azufre
en los suburbios frondosos del pecho.
Oculta tras un bosque toxicómano.
Aras ancestrales podridas
bajo bóvedas con las traviesas famélicas de optimismo.
Nervio principal de la fronda con hemorragias,
sabia voluble sobre la cuchara que se retuerce de dolor
por la contorsión telepática de la herrumbre.
El cenit de un puente
padece artritis reumatoide desde los cimientos.
Hernia discal del lapso
en el confín de la noche.
Monóculo del alba
desvirgado por la radiación de la tormenta.
Nos ciega el vomito acerado del futuro.
Esa cierta sobredosis de abstinencia,
obelisco estresado que penetra el ano de la demora.
Todo anhelo pende unido a los pezones del fracaso,
litoral sugestivo de la hormona,
balanza que vierte secuencias de la vida al vacío
bajo la tutela irresoluta de la distancia.
Un tsunami hidrófobo,
golpea con dureza el despeñadero
tras las hendiduras de las manos
y ensucia los tobillos de la página.
Las intuiciones,
tarde o temprano cobraran vida.
Telequinesia globular,
inmolación desde el bombeo de la entretela
hasta la vagina dilatada de la herida.
Mangoneo de ciertos tendones de papel
sobre el horizonte escarlata del antebrazo.
Adagio equino de sal
que pisotea las úlceras de los ojos.
Se desboca
la flema hipócrita avinagrada.
Morfología y arquitectura del guiño
tras la prensa gallarda de los párpados.
No somos machistas,
tampoco feministas.
Solo suelas de goma obturadas,
entre los colmillos del engranaje
que nos destripa en los reservados de la cuneta.
Cenefa parda de tacones, traspié
que moldea los bronquios del asfalto.
Las aceras sufren de pulmonía.
No somos nada…
Se desploma la orina por los genitales del espejo.
Gualda insignia,
reverbero ególatra ante la bofetada y brillo
de la luna que os observa.
Deshonra intrincada que advierte
la viabilidad profana de la metáfora.
Como el desagravio bucal que proporciona
el émbolo del palillo mientras desvirga la ambigüedad
que se masturba entre los dientes.
La cobra erecta hasta los colmillos
nublados de narcisismo.
Cristales rotos, cardo del anagrama
que cae desde la vejiga de la imagen…
Un somnífero elíptico
desarraiga bostezos,
de las huellas dactilares
de la esencia.
Aúlla la ceniza erguida,
tras violar el pulmón del lobo irreflexivo de cerumen,
que puebla los locales insonorizados
de los oídos…
Asido a la fuerza de la palabra,
un sonajero tribal
perfora el himen tupido del silencio en la sala.
-Que se jodan ahí fuera-,
me digo entonces.
Aplausos…